El uso de la mentira, el engaño, el fraude y el timo

Por: Miguel Ángel Boloboski Ferreira

Abogado y Docente Universitario

El éxito de la mentira radica en la esperanza de quienes a sabiendas que hay engaño de por medio, la aceptan con tal de no ver sus sueños truncados (con la verdad), sin sospechar que el fraude está en marcha y es el fin último del timador.

En el diccionario las definiciones de estos términos parecen imbricarse y apuntan hacia una espeluznante sinonimia. La mentira se define como “la expresión contraria a lo que se sabe, cree o piensa”; el engaño es “la falta de verdad”; el fraude es “engaño o inexactitud consciente” y el timo es “quitar o hurtar con engaño”. La mentira puede ser inocente y hasta piadosa; en cambio el engaño lleva implícito el deseo de confundir al interlocutor, mientras que el fraude es claramente un delito, encaminado a obtener un beneficio, lastimar al afectado y está por ende íntimamente ligado al timador.

Tratándose de la clase política, estas cuatro categorías de falta a la verdad son éticamente reprobables y corresponde además exigir que sean legalmente punibles para con los responsables según corresponda. Es un hecho que nuestra sociedad moderna y globalizada está cada vez más inmersa en la mentira, el engaño, el fraude y el timo. El uso de estos cuatro elementos, jinetes del apocalipsis como estratagema política es un fenómeno mundial de vieja data, eso sí, indisolublemente ligada y perfeccionada en la cultura popular panameña, al punto que hoy el mundo nos mira, reconoce y tipifica con la más alta calificación posible. El desprecio por la verdad está tan desastrosamente generalizado, que lo raro es atrapar a alguien diciendo la verdad.

Desde luego, no somos el único país, ni pertenecemos a la única cultura en la que la verdad está siendo estrangulada. Es un fenómeno creciente que se ha construido con premeditación, alevosía, ventaja y no poca paciencia. La gran diferencia es que nuestro país adolece de la institucionalidad que otros si poseen. De hecho, esa falta de institucionalidad es el mayor causante de nuestra inclusión en las glamorosas listas de vastos colores. Y es aquí donde la liebre salta y aparece la denominada posverdad, que no es otra cosa que la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias, cifras, estadísticas y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los timadores demagogos son maestros en su ejecución, y con pena, dolor y vergüenza acepto haber sido timado por los últimos 32 años.

De la página del Ministerio de la Presidencia de la República de Panamá, rescato algunas frases del bien pensado y motivador discurso pronunciado por nuestro presidente el 1 de julio de 2019: “Amigas y amigos: Venimos de una década perdida, de corrupción, de improvisación, de robarse el dinero de los panameños. Se lo quitaron a los enfermos, a los que sufren sin medicamentos, en hospitales fantasmas, la corrupción nos roba a todos y amenaza nuestro futuro, nos intoxicó el clientelismo y generó la desconfianza ciudadana. Los fondos públicos son y serán sagrados. Todos tenemos que rendirle cuentas al país. No habrá intocables, ni, aunque sean ministros, diputados, grandes empresarios, ¡Y empezando por el propio presidente! Debemos restaurar la confianza entre nosotros. Con fe. ¡Vienen mejores días para Panamá!”

A pesar de mi vivencia, reitero que vivo con la esperanza de que al igual que la parábola judía que narra el encuentro entre la mentira y la verdad, esta última se niegue a vestirse con el ropaje de la mentira, pues aún sin ropa y desnuda la verdad no tiene nada de qué avergonzarse, aunque a los ojos de las personas, es más fácil aceptar la mentira vestida de verdad, que la verdad desnuda tal cual es.

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