Por: Gustavo Saturno Troccoli.
Profesor de Derecho Laboral en la Universidad del ISTMO.
Con la llegada de la pandemia del Coronavirus, el asunto del teletrabajo dio un giro inesperado en el mundo entero, porque de un tipo excepcional y atípico de labores, con un desarrollo lento y moderado en los últimos años, se pasó a un crecimiento exponencial y abrupto de teletrabajadores, como consecuencia de las cuarentenas obligatorias.
De hecho, el teletrabajo se convirtió en la herramienta más eficaz y poderosa que tuvimos a la mano para aminorar los efectos de los cierres obligatorios que se aplicaron en casi todos los países del planeta.
En ese sentido, cabe destacar un estudio que se realizó desde el Observatorio del Covid-19 de la Organización Internacional del Trabajo, mediante el cual se reveló que, durante el segundo trimestre de este año, un 93% de los trabajadores de todo el mundo vivían en países donde se aplicaron medidas de suspensión de las actividades laborales (OIT, 2020).
De manera que el Coronavirus no sólo nos empujó hacia el teletrabajo, sino que produjo sobre él un efecto tan expansivo y global como lo está resultando la propia pandemia.
En los países más desarrollados, la cifra de trabajadores remotos llegó a alcanzar hasta un tercio del número total de las personas ocupadas. En España, por ejemplo, que resultó uno de los países más afectados por la pandemia y -por cierto, también- una de las últimas naciones en promulgar una ley sobre el trabajo a distancia, se dice que de un 5% de teletrabajadores, respecto al número total de ocupados, se pasó a un 34% durante el mes de mayo de 2020.
Sin embargo, algunos piensan que, al terminar la pandemia, la mayoría de los trabajadores regresarán a las oficinas o establecimientos. De hecho, ya muchos lo han estado haciendo como consecuencia de la flexibilización de las cuarentenas. Pero hay quienes creen, también, que –en la nueva normalidad- un número significativo de trabajadores podría continuar bajo la modalidad del teletrabajo, porque ahora tanto las empresas como los trabajadores han logrado conocer sus ventajas y aprendieron a sortear sus obstáculos.
Por esa razón, ya varios países han venido promulgando leyes sobre el teletrabajo, mientras que otros han emprendido la discusión de proyectos normativos para alcanzar el mismo objetivo.
Ahora bien, es sabido que el antecedente histórico más remoto del teletrabajo se encuentra en 1976, cuando el físico y ex ingeniero de la NASA, Jack Nilles, publicó -junto a otros autores- la obra titulada: The Telecommunications-Transportation Tradeoff: Options for Tomorrow.
Ese libro, catalogado, por algunos, como el documento fundacional del teletrabajo, surgió como una alternativa para superar los problemas económicos causados por la Guerra del Yom Kipur de 1973 y, desde luego, también, por la crisis del petróleo que se desencadenó como consecuencia de aquel conflicto.
Fue en ese contexto en el que Nilles le propuso a los EEUU un modelo productivo con empresas divididas en oficinas-satélites y empleados a distancia. Cada trabajador prestaría los servicios desde su propio hogar y le reportaría su trabajo a la estación remota más cercana, a través de una conexión por cable que saldría desde los ordenadores de cada oficina satelital, hasta las pantallas ubicadas en los hogares de los trabajadores (ReasonWhy, 2020).
La meta era reducir significativamente los viajes hacia el trabajo, para con ello alcanzar un ahorro sustancial en el consumo energético, tan importante y necesario en aquellos días del embargo árabe de crudo.
En efecto, Nilles afirmó en su recordada obra que “si uno de cada siete trabajadores no tuviera que desplazarse a su sitio de trabajo, Estados Unidos no tendría la necesidad de importar más petróleo” (Nilles, 1976, citado por Joric, 2020).
No obstante, las precarias tecnologías de los años 70 no permitieron que el sueño se convirtiese en realidad, aunque si se logró sembrar la semilla del teletrabajo y acuñar el término telecommuting, que todavía se sigue utilizando para identificar el fenómeno en el idioma inglés.
Lo curioso es que, casi 50 años después, el mundo se vio nuevamente forzado a recurrir a la fórmula del teletrabajo, esta vez, para enfrentar una pandemia.
Es así como el desarrollo del teletrabajo pareciera estar más vinculado a la necesidad de resolver alguna crisis -energética o sanitaria- de la Era Contemporánea, que al ferviente deseo manifestado por algunos en pro de mejorar la vida de los trabajadores.
En efecto, para nadie es un secreto que el teletrabajo ha estado fuera de las agendas de los sindicatos y, por ende, también, lejos de ser una “conquista” del movimiento obrero. Por el contrario, la deslocalización de los trabajadores ha sido vista como una amenaza real hacia las organizaciones sindicales, cuyo nacimiento estuvo directamente relacionado con las grandes aglomeraciones de trabajadores que se dieron en las fábricas de las primeras dos revoluciones industriales.
Tampoco se ha recurrido al teletrabajo con la intención de aumentar la productividad de las empresas, ni mucho menos como una política generalizada para preservar el medio ambiente, a pesar de que ambas circunstancias se han señalado -desde siempre- como parte de sus innumerables ventajas.
Tuvo entonces que venir un Coronavirus para que nos tomásemos en serio el asunto, a pesar de que muchos países ya contaban con la capacidad tecnológica para implementar el trabajo a distancia desde hacía -al menos- 20 años.
Por eso, en lo que a teletrabajo se refiere, debe reconocerse que la Tercera (o Cuarta) Revolución
Industrial no ha estado resultando tan disruptiva como se esperaba, al menos -no- hasta el día que nos alcanzó el Coronavirus. Porque, en efecto, al igual a como ocurrió con la electricidad o la televisión, el teletrabajo estaba tardándose décadas en expandirse entre la mayoría de las personas.
Pero esa situación dio un giro de 180º con la pandemia. Porque ahora el teletrabajo se está llevando toda la atención de las relaciones laborales y se ha convertido en trending topic del derecho del trabajo.
No obstante, el teletrabajo de la emergencia sanitaria resultó bastante diferente al que alguna vez nos imaginamos, en primer lugar, porque no fue producto de un acuerdo de voluntades entre los actores sociales. Pero, además, porque en la mayoría de los casos se desarrolló de una forma tan caótica como desordenada.
Sin embargo y a pesar de ello, la pandemia se convirtió en un fabuloso experimento para observar los problemas asociados al fenómeno, así como para comprobar las innumerables ventajas que podría reportarnos.
En efecto, según un estudio de Upwork, las personas que teletrabajaron durante los primeros meses de la pandemia en los EEUU, ahorraron -entre todos- unos 758 millones de dólares al día (Pauta, 2020).
Entretanto, la reducción de gastos por reparaciones de automóviles significaron un ahorro de 183 millones de dólares diarios adicionales, a los que se le sumaron también 164 millones de dólares menos que se gastaron -al día- por concepto de accidentes y contaminación (Pauta, 2020).
Asimismo, algunos estudios estadísticos han revelado que al menos dos tercios de los trabajadores desean continuar teletrabajando, sobre todo aquellos cuyas edades oscilan entre los 25 y 45 años.
En definitiva, el Coronavirus nos brindó una oportunidad de oro para catapultar el teletrabajo, porque ahora sí -a diferencia de los años 70- contamos con la tecnología suficiente para desarrollarlo de forma masiva.
No obstante, si queremos tener éxito en ese cometido, dos tareas lucen imprescindibles e impostergables:
La primera, es la superación de la denominada “brecha digital”, para llevarle el Internet a las más de 4.000 millones de personas que todavía, según el Banco Mundial, no tienen acceso a la red (Banco Mundial, 2016).
Y la segunda, es retomar aquel concepto de “flexiseguridad” que se acuñó a partir del Libro Verde sobre la modernización del derecho laboral para afrontar los retos del siglo XXI, publicado por la Comisión Europea en el año 2006.
Porque, en efecto, a menudo se suele decir que “el teletrabajo sólo puede sobrevivir en entornos flexibles”. Y para quien esto escribe, ese es un mensaje fuerte y claro para el derecho laboral, que ahora tendrá la gran responsabilidad y el enorme desafío de mantener un perfecto equilibrio entre la debida protección del teletrabajador y una sana flexibilidad a través de la cual se siga promoviendo el teletrabajo entre los empresarios.
Referencias.
Banco Mundial (2016). Dividendos Digitales. Panorama general. Disponible en: http://documents1.worldbank.org/curated/en/658821468186546535/pdf/102724-WDR-WDR2016Overview-SPANISH-WebResBox-394840B-OUO9.pdf
Joric, Carlos (2020). El Teletrabajo nació de otra crisis. La Vanguardia. Disponible en: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historiacontemporanea/20200521/481297391719/teletrabajo-covid19-crisis-petroleo-sociedad-consumo.html
Organización Internacional del Trabajo (2020). Observatorio de la OIT. La Covid-19 y el mundo del trabajo. Quinta edición. Disponible en: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/ dcomm/documents/briefingnote/wcms_749470.pdf
Pauta (2020). El teletrabajo ha generado ahorros por US$ 91.000 millones a los estadounidenses. Disponible en: https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/documents/briefingnote/wcms_749470.pdf https://n9.cl/celo
ReasonWhy (2020). Buceamos en el origen y el concepto de Teletrabajo. Disponible en: https://www.reasonwhy.es/actualidad/teletrabajo -concepto-historia-legislacion-espana https://www.reasonwhy.es/actualidad/teletrabajo-concepto-historia-legislacion-espan